domingo, 24 de octubre de 2010

Y colorín colorado


"Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado" nos habla de los finales y los eternos comenzares de la vida. De los viejos círculos que se cierran y de los nuevos círculos que se abren, de todas las posibilidades, de todos los principios y de todos los finales que hay en el transcurso de la existencia humana, y por sobre todo esto, de la importancia que tiene vivir la vida...¡hasta el final!" (http://www.dupeyron.net/index2.html)

Inicio este escrito sobre el libro de Odín Dupeyrón "Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado", tomando la parte final de la sinopsis que viene en la página del autor porque me parece que ilustra de forma exacta el contenido del mismo, de cual escribo a continuación para que tú te des cuenta del valor que tiene el libro y te intereses en su lectura con el único propósito de que te ayude a comprender muchas cosas que nos acontecen en la vida y así reflexionando te ayude a vivir mejor.

La pertinencia de esta "reseña" dentro de este espacio sistémico es porque a través de este cuento apreciamos claramente la influencia del entorno dentro del sistema, y cómo éste actúa y se autorregula en respuesta a dicha interacción.

El libro nos platica el cómo un narrador que es el mismo escritor, interactúa con los personajes de su propio cuento, iniciando con una princesa que está encerrada en un castillo y que es custodiada por su propio miedo encarnado en un dragón, la princesa espera alguna señal para poder salir hasta que decide salir y ahí comienza la parte central de la historia, que es en donde la protagonista de la historia se enfrenta a una serie de situaciones y sensaciones que le harán comprender mejor su realidad y la toma de decisiones que realiza vendrán acompañadas de consecuencias que se tienen que asumir; para el final del cuento el narrador nos platica del desenlace poco esperado pero muy significativo además de muy enriquecedor a nivel personal..., algunas ideas que puedes encontrar implícitas y explícitas en la historia son:

  • Sólo tú puedes decidir lo que va a acontecer con tu vida.
  • El miedo puede ser un obstáculo o una ventaja si lo sabes utilizar.
  • Lo importante es el tiempo presente, el pasado ya no se puede modificar.
  • Lo único que nos permite saber si tomamos la decisión adecuada es el tiempo.
  • Nuestra verdadera riqueza está en la experiencia y lo que hacemos con ella.
  • Nuestro mayor poder está en el control de la actitud propia.
Personajes: Escritor, Princesa Odái, Dragón del miedo, Abejorro, Bonsái, El Cañón del viento, Pía, Tiempo, Bravo (perro), Príncipe Azul, Niña Odáicita, Bono, Gotz, Yára, Prudencia, Zoé, Yeva

Este libro lo trabajé con mis alumnos del posgrado en comunicación y relaciones públicas del Centro Universitario en Periodismo y Publicidad en la asignatura "Entorno político y socio-económico de las organizaciones", para que antes de entender en lo específico al entorno, conocieran la relación general que guarda el entorno con el sistema desde una perspectiva integral.

Te mando un afectuoso saludo desde México, esperando que esta dinámica sistémica se mantenga en pro de una educación integral en donde podamos apreciar el panorama con una perspectiva libre de juicios y realizando nuestra labor viendo lo que es y no lo que no es.

Atentamente.

Guillermo Lora Santos - Tipster
México - oct/2010.

lunes, 18 de octubre de 2010

¿Insolencia? Dr. Mario Rosen


Buen día, les comparto este artículo que me llegó por correo electrónico del Dr. Mario Rosen, muy interesante que nos invita a la reflexión, saludos.




En mi casa me enseñaron bien. Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.

Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza:

"Ya van a ver cuando llegue papá". Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a trabajar.... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás volvían a su casa.

No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto: era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar.

Las reglas me contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas. Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse… De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia. Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes como eran "lavarse las manos antes de sentarse a la mesa" o "escuchar cuando los mayores hablan".

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.

Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié "las reglas" mediante el sano y excitante proceso de la "travesura" que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible.

El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo. Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había "travesuras" sin "castigo", y una enorme cantidad de "reglas" que no se cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un tonto, si me lo permite).

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba. Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad.

Le explicaré: Justicia, porque "el que las hace las paga". Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.

Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa. Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. En mi casa había una "Tercera Regla" no escrita y, como todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado.

Esta fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:

Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su lugar.

Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su riesgo- pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar... a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes. La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así no hay remedio.

El mal de nuestra sociedad es la insolencia. La insolencia está compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:

- Pretender saberlo todo
- Tener razón hasta morir
- No escuchar
- Tú me importas, sólo si me sirves.

La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que, insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira. Así nos vamos a quedar sin trabajo todos... Porque a la insolencia no le importa, es pequeña, ignorante y arrogante.

Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo voy a contestar.

PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada, ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.

Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un bote de basura. Si no hay un bote de basura, llévelo con usted hasta que lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que seamos varios para levantar un mismo papel.

Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos, aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.

Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.

Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual. Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada. Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa…

Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío. Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o cargará siempre con el arrepentimiento.

¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE?

Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.

Dr. Mario Rosen

(¿Sería muy insolente si le pido que lo reenvíe?)

Compartido con mucho cariño...
Guillermo Lora Santos - Tipster
octubre 2010.